Con los dorsales en la mano |
Mérida, siempre está ahí. Es una prueba de Medio Maratón que no deja indiferente a nadie. Es un recorrido que transita por los principales monumentos y lugares de la antigua Emérita Augusta, aderezado por un trazado por momentos exigente, con buenas subidas y alguna que otra bajada.
Y
hasta allí, después de cuatro años sin asistir, volví a inscribirme para
participar en la misma. Deseaba volver a enfrentarme a la subida de la
televisión, a la subida del Angliru, a pasar por el Circo romano, a correr por
debajo del Acueducto de los Milagros. Es una prueba en la que he conocido el
éxito personal, he mascado el amargor de la derrota, he participado con la
mochila de la desgana, y he sufrido por no poder participar hasta en dos
ocasiones, así que era el momento de volver a esta ciudad, en su undécima
edición, para completar mi séptima participación.
Y
al final, poco a poco, a través del grupo del club, nos fuimos animando unos a
otros y nos apuntamos hasta un total de diecisiete corredores del colectivo,
entre ellos Ana Ruiz, que debutaba en la distancia. Bonito el lugar, exigente
el recorrido.
La
mañana dominical vestía de nubes y algunas gotas se dejaban notar en el
trayecto hasta la antigua Mérida. Y tras parar a tomar un café, u otros mejunjes
en San Pedro de Mérida, en el Juan Porro, lugar de costumbre para los que
acudimos a Mérida, nos fuimos para la capital extremeña. Tras un par de
vueltas, conseguimos llegar a los alrededores del Pabellón “Guadiana”, lugar
donde se recogían los dorsales, a cien metros de la línea de salida, en la
Avenida de la Libertad.