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jueves, 18 de abril de 2013

MARTIN, KRYSTLE, LU


Martin, Krystle, Lu, igual que yo, muchísima gente no os habíamos llegado a conocer, y hoy, desgraciadamente, todo el mundo, todos, sabemos quienes sois. Porque aunque os hayáis ido, seguiréis estando entre nosotros.
La mañana del lunes, fuisteis, a la zona de llegada del Maratón de Boston, a esperar a vuestros amigos, familiares, o, simplemente, a ver la carrera, impregnaros del esfuerzo de miles de hombres y mujeres, que enfrentados a la mítica distancia, estaban consiguiendo su reto, cruzar la línea de meta de la carrera de maratón más antigua del mundo. Quizás, Krystle, Lu, quien sabe, algún día podríais haber soñado con enfrentaros a la distancia. Quizás, Martin, tú, pequeño, inocente, tu ilusión de ocho años, tu sueño de niño, era entrar el próximo año con tu padre en la meta, de llevar la medalla que se ganaría, de tener esa foto cruzando la llegada con él, de sentirte importante.
Pero esa mañana, esa jornada, se iba a convertir en desgraciada, ibais a pasar a ser los tristes protagonistas de la prueba; ya no importa quién ganó, cuánto tardó, cuántos corrieron, cuántos llegaron, lo único, desgraciadamente, que se recordará de este Maratón, de este día, es el momento en que uno o varios desalmados, personas sin sentimientos, colocaron unos artefactos que destrozaron, que segaron vuestras vidas, vuestras ilusiones, de raíz.
A otras personas, a otros niños, a otros adultos, los han dejado marcados para siempre, en forma de amputaciones, secuelas, recuerdos, que jamás se borrarán de la memoria.
Yo también soy corredor de maratón, mi familia me ha estado esperando en las gradas, cerca de la línea de llegada, he sentido los aplausos del público, de la gente, cuando cruzo la línea de meta, se me han saltado las lágrimas en algunas carreras, especiales para mí, y también he cruzado la meta de alguna carrera con mis hijos. Sé de la alegría que significa que valoren tu esfuerzo, en forma de aplausos, de ánimos, sé de la satisfacción de cumplir el objetivo marcado, sé del orgullo que representa para un padre finalizar  con sus hijos.