Artículo publicado en www.iniciativadebate.org, por Carlos Delgado, sobre la evolución de la bandera española.
Para los amantes de la república en España, el 14 de abril no es una fecha más del calendario. Hoy se cumplen 81 años desde aquel histórico martes que alumbró la proclamación de la Segunda República Española. Tras la victoria de las listas republicanas en la mayoría de las grandes ciudades españolas en las elecciones municipales del domingo 12 de abril de 1931, la monarquía de Alfonso XIII tenía los días contados. Así lo reconoció el propio presidente Aznar (tío abuelo de Ánsar) en una frase que pasaría a la Historia: España se había acostado monárquica y se había levantado republicana. La transición fue rápida, incruenta y, sobre todo, festiva. En todo el país, el pueblo abarrotó las calles enarbolando una nueva enseña, símbolo de una nueva concepción del Estado: la bandera tricolor. Al rojo y gualdo del pabellón vigente hasta entonces se sumó otro color distinto, el morado, considerado –erróneamente– el color de los comuneros de Castilla.
A pesar de su más que discutible justificación histórica, los nuevos colores tuvieron un éxito fulgurante y fueron inmediatamente adoptados por el Gobierno provisional como bandera oficial del recién nacido régimen. Nunca antes en la historia de España se había producido un hecho semejante. Ni siquiera durante el breve paréntesis republicano de finales del XIX (1873-1874) se habían tocado los colores del emblema monárquico. La efímera Primera República se había limitado a suprimir la corona borbónica del escudo, pero respetando el rojo y el amarillo de la bandera tradicional. Fue, por tanto, la primera vez que el pueblo español, y no el rey o la reina, decidía su destino y sus colores.Como es de sobra conocido, la nueva etapa no cuajó. Los militares rebeldes que se levantaron en el 36 contra la misma República a la que habían jurado fidelidad volvieron a imponer, por la gracia de las armas (o por la de Dios, según versiones) la enseña roja y gualda. Y como la historia la escriben siempre los vencedores, la tricolor desapareció no solo de la parafernalia oficial, sino también de los anales y los libros y, durante mucho tiempo, hasta de las conciencias. El morado fue enterrado junto con los muchos cadáveres que todavía hoy se hacinan en fosas comunes que tiñen de indignidad nuestro pasado y que muchos se obstinan en olvidar “para no reabrir viejas heridas”.