
Martin,
Krystle, Lu, igual que yo, muchísima gente no os habíamos llegado a conocer, y
hoy, desgraciadamente, todo el mundo, todos, sabemos quienes sois. Porque
aunque os hayáis ido, seguiréis estando entre nosotros.
La
mañana del lunes, fuisteis, a la zona de llegada del Maratón de Boston, a
esperar a vuestros amigos, familiares, o, simplemente, a ver la carrera,
impregnaros del esfuerzo de miles de hombres y mujeres, que enfrentados a la
mítica distancia, estaban consiguiendo su reto, cruzar la línea de meta de la
carrera de maratón más antigua del mundo. Quizás, Krystle, Lu, quien sabe, algún
día podríais haber soñado con enfrentaros a la distancia. Quizás, Martin, tú,
pequeño, inocente, tu ilusión de ocho años, tu sueño de niño, era entrar el
próximo año con tu padre en la meta, de llevar la medalla que se
ganaría, de tener esa foto cruzando la llegada con él, de sentirte importante.
Pero
esa mañana, esa jornada, se iba a convertir en desgraciada, ibais a pasar a ser
los tristes protagonistas de la prueba; ya no importa quién ganó, cuánto tardó,
cuántos corrieron, cuántos llegaron, lo único, desgraciadamente, que se
recordará de este Maratón, de este día, es el momento en que uno o varios
desalmados, personas sin sentimientos, colocaron unos artefactos que
destrozaron, que segaron vuestras vidas, vuestras ilusiones, de raíz.
A
otras personas, a otros niños, a otros adultos, los han dejado marcados para
siempre, en forma de amputaciones, secuelas, recuerdos, que jamás se borrarán
de la memoria.
Yo
también soy corredor de maratón, mi familia me ha estado esperando en las
gradas, cerca de la línea de llegada, he sentido los aplausos del público, de
la gente, cuando cruzo la línea de meta, se me han saltado las lágrimas en
algunas carreras, especiales para mí, y también he cruzado la meta de alguna
carrera con mis hijos. Sé de la alegría que significa que valoren tu esfuerzo,
en forma de aplausos, de ánimos, sé de la satisfacción de cumplir el objetivo
marcado, sé del orgullo que representa para un padre finalizar con sus hijos.
Una
explosión de esfuerzos, de ilusiones, de retos, de igualdad, de tolerancia, fue
dinamitada por unos asesinos que no encontraron mejor lugar para hacerse notar,
que la línea de meta de una carrera mítica, de una fiesta popular, para
reivindicar vete tú a saber que mierda de ideología, creencia o dogma, o
simplemente con la macabra idea de hacer daño, mucho daño, y destrozaron el
ambiente de una ciudad volcada con un acontecimiento, y han ensombrecido el
carácter de sus habitantes.
Martin,
Krystle, Lu, vuestra desaparición, así como las heridas sufridas por los muchos
damnificados de este deleznable suceso, no van a hacer que los corredores
populares nos echemos para atrás, al revés, debemos demostrar que somos más y
mejores que ellos, que seguiremos estando en las líneas de salida de las
carreras, que nuestras familias estarán, porque deben estar, porque tienen el
derecho de estar, en las líneas de meta, esperándonos, que nuestros hijos
querrán seguir entrando en la meta con nosotros, querrán seguir sintiéndose
copartícipes del esfuerzo de sus progenitores. No podrán con la buena gente,
con las buenas personas, que seguirán echándose a la calle, a animarnos, ahora
con más fuerza, a demostrar que queremos vivir en paz, y con alegría, que
quieren apoyar todo tipo de manifestaciones deportivas que se lleven a cabo.
Por eso, desde donde queráis
que estéis, debéis saber que esa dedicatoria que mando al cielo, para mi padre,
cada vez que entro en la meta de una carrera, también irá para vosotros, habrá
más personas a los que dedicar mi particular triunfo, el de cruzar una meta, el
de superar el esfuerzo, el de seguir entrenando, haciendo lo que más me gusta.
Descansen en paz.
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