El último domingo, por imposición de las circunstancias, me vi en la obligación de tener que llevar a mi hijo a la celebración del rito de la misa, a la que debe acudir porque dentro de unos meses le van a dar una hostia... consagrada. El rito en la misa dominical para niños siempre es el mismo, unas mujeres, que son las catequistas, situadas entre la entrada del templo y las últimas filas de bancos se colocan a la caza de los niños que vienen están a la caza de los niños que vienen agarrados de la mano de su padre o madre, y los cogen, sin preguntar, y se los llevan a los bancos delanteros, cerca del altar, para llevarlos hacia los bancos delanteros, y los padres se quedan solos y hay los ue optan por abandonar el templo en el momento que la monitora le arranca al niño de su mano, y los que nos quedamos, ya que si vamos con él habrá que hacerle ver que nosotros nos quedamos, ya que si les acompañamos, y él viene con nosotros, que menos que permanezcamos a su lado, mientras dura el oficio, y así demostrarles, por lo menos de cara a la galería, que les apoyamos.
Pero una vez explicado la introducción al rito, vamos a hablar de la banda de hipócritas que cada domingo, como en un desfile de modas, se pavonean entrando al templo, ante el pueblo, para que los vean que son personas de bien, y que son hijos de Dios.
Pero qué persona de bien puede ser la mujer que no mira a la cara ni habla a alguien que no piensa como ella, no admitiendo que pueda haber una opinión distinta o una forma distinta de ver la vida.
Y qué pensar del viejo verde, hijo de p..., cuya única afición/preocupación es perseguir a las niñas, con muy abyectos intereses, y mucha gente lo sabe, pero nadie le puede reprochar públicamente nada, porque aún nada ha pasado, aunque cuando ocurra todos saldremos en los telediarios, diciendo porqué no se evitó. Y pregunto yo, ¿a qué viene al rito?, a rezar, o a ver, a redimir sus pecados o exacerbar su degenerada libido.
Luego está, como digno católico, como buen cristiano, ese empresario, que atosiga a sus empleados, que los trata de forma déspota, y los hace trabajar en condiciones cuasi inhumanas, y que se cree que lo va a arreglar poniéndose de rodillas una vez a la semana, ante un icono, y sobre todo ante la gente, para despertar una ternura, un respeto, que nunca se merece, ni se merecerá.
Tampoco hay que olvidarse de aquel, que es capaz de arruinar la vida de una persona, o permitirlo, y luego no se pierde la misa, para quedar bien o evitar el qué dirán en su selecto club.
Tras este personaje le toca el turno a la estirada señora, emperifollada, con más pintura en la cara que en el casco de un petrolero, con más adornos en su pelo, gaznate, y zarpas, digo manos, que un árbol de navidad, y con una ropa que intenta demostrar elegancia, aunque ésta date del final del siglo XIX, y lo único que no consigue es ahuyentar el apolillado olor de su uso cotidiano, porque no hay más que ponerse, no porque no se tenga, sino porque no se quiere gastar, y que consiguió quitarse a su madre del medio llevándola a una residencia, sin nada, porque ya se encargó de vaciarla convenientemente la cartilla, y ahí está, pavoneándose, cerrando los ojos cuando comulga, como no queriendo ver el mundo real, sino pensando que está en otro más acorde a su categoría.
Como dice Carlos Goñi, de Revolver, en su canción ODIO “no soporto a los que acuden los domingos a la iglesia, y los lunes son peor que Satanás”.
Pero todo no sería posible si no hay un actor principal, en este caso, el cura, el sacerdote, que al ser persona, hay de todo, como en botica. Choca encontrar sacerdotes veteranos, con una visión más real del mundo que nos está tocando vivir, con noveles, recién salidos de los seminarios, que se escandalizan por cómo está el mundo en la actualidad, cuando si no hubieran estado allí metidos, entre falsas ideas de la vida, y profecías que no se van a cumplir, ellos lo hubieran visto y vivido igual.
Y tampoco hay que olvidarse de la representación, de la Iglesia, que es una organización que parece se quedó anquilosada en el Concilio de Trento, que no ha sabido evolucionar y darse cuenta que vivimos en el Siglo XXI, que hace ya más de 2.000 años, Jesús se entregó por una causa, de la que se hubiese arrepentido 2.001 veces, si hubiese conocido el desarrollo de los acontecimientos.
Desde luego que aquellos que rigen los destinos de la Iglesia se cubrieron de gloria el día que decidieron entregar el anillo del pescador al alemán Ratzinger, el más ortodoxo, retrogrado en castellano, de todos los elementos de la organización; aunque para no dejarlos solos en España seguimos el mismo ejemplo, eligiendo como Jefe de la Conferencia Epicospal al Sr. Rouco, llevando al inmovilismo total y absoluto el avance de la institución eclesiástica, y ahora se alargan anunciando la excomunión y el pecado absoluto para los Diputados que voten a favor de la reforma de la Ley del Aborto, porque dicen que es matar una vida; y no seré yo el que diga que el aborto no secciona una vida, en crecimiento, sin llegar a concretarse realmente, pero una vida al fin y al cabo, pero cuántas miles de personas, por no decir millones, hechas, realizadas, padres, madres, hijos, hijas, ha matado la Iglesia, directa o indirectamente, en defensa de la fe. ¿Cuántos eruditos, científicos y artistas se quitó del medio bajo el pretexto del pecado, la brujería?, y lo único que buscaban era poner freno a la libertad de las ideas, al libre pensamiento, al conocimiento, a que la gente pudiera usar su inteligencia.
La Iglesia pierde adeptos a pasos agigantados, pero igual que otras religiones, ya que están ancladas en la intransigencia más total y absoluta, y en un mundo tan libre, las ideas encorsetadas, las rígidas decisiones, las obligaciones sin recompensa, poco lejos pueden llegar.
Y es que como dice José Luis Figueiredo, cantante del grupo El Barrio, en la canción Crónica de un gay, “Y que gracia le da ver señores que esconden tras la sotana unas ideas equivocadas a la que enseño el señor le da vergüenza como imponen su doctrina crucifican a la vida y hablen en pos del amor. Es imposible que en el siglo veintiuno todavía guarden ayuno y vayan de antipecador. Mas le valdría un examen de conciencia vaya hacer que su excelencia sea "acusao" de dictador”
Tras este repaso seguimos con la escenificación del rito, llega la hora de la comulgación, el templo recoge un desfile, una escenificación, los pasillos centrales se colapsan de católicos practicantes, que van a por su ración de comida espiritual para la semana; abren la boca, ponen las manos, les depositan el cuerpo de Cristo, la oblea, y se vuelven a su sitio, los más serenos se sientan, los más espirituales, los más tradicionales, los que opinan que debe ser así, lo hacen de rodillas, en genuflexión, cierran los ojos y se dirigen a Dios. Los hay que tardarían poco en acabar, porque son buenas personas, gente limpia, y los hay que abren los ojos, cuando ellos han acabado de hablar, porque si esperan la reprimenda del Superior, no necesitarían una misa, ni dos, necesitarían diez o doce horas de conversación, de la que no saldrían bien parados. Saben que no deberían comulgar, pero el auditorio espera la escenificación y por eso lo hace.
El templo así se convierte en un reino de hipocresía, porque llega el momento de meter la mano en el bolsillo, para sacar esas escuálidas monedas de color cobre, y alguna dorada, que nos molestan en el bolsillo, y las echamos en el cesto que lleva un niño, y cuyo destino parece ser ayudar a los pobres, económicos, porque si fueran de espíritu, de allí no saldría.
Luego están esos que yo he conocido personalmente, que entran en el momento de comulgar, y como parece que la gente no está atenta, todo hace indicar que se han tragado toda la ceremonia.
Después se acaba la misa, uno se lava la cara, se lava la conciencia, y sigue hacia adelante. Si existe alguien arriba, algún día nos juzgará.
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