
Siempre, antes
de entrar, miraba si estaba ella, observaba, buscaba su presencia, con el único
objetivo de oír su voz, para mirarla, para sentirla cerca de él. Más de una vez
había pensado que debía actuar, que debía intentar acercarse a ella, que debía
dar el paso definitivo, buscando manifestarle sus sentimientos. Estaba
decidido, no iba a tardar ya mucho en hacerlo. Pero esa mañana no estaba, esa tarde tampoco. Al día siguiente
tampoco, y así durante tres días más. Tres jornadas en las que se iba a casa
sin haberla visto, solo con su recuerdo. ¿Qué podría estar ocurriendo? ¿Tendría
el jefe más tiendas y la habría mandado a otra? Estaba desazonado, no sabía qué
ocurría.
Pero, al fin,
esa mañana, tras tres largas jornadas, en las que no había podido alimentarse
de su presencia, se postuló delante de la puerta de la tienda, y tras dudar
breves segundos, decidió entrar. Cuando un dependiente, que él no había visto nunca,
jamás, por allí, preguntó qué deseaba, se quedó mudo por un instante y quieto;
pero, después, contestó que quería hablar con el encargado. Enseguida le llamó,
y este le dijo que en unos minutos estaba con él. Miraba para un lado, miraba
para otro, buscaba con la mirada hacia detrás del mostrador, donde había varios
pasillos, entre estanterías, pero no venía, no veía nadie. Pasado un tiempo, no
muy largo, aunque si excesivo para nuestro protagonista, apareció y preguntó qué
deseaba. Este inquirió sobre la tendera que siempre estaba allí. Se le quedó
mirando, de arriba abajo, con un mohín de cierto desprecio, y tras un breve
lapso de tiempo, le contestó: “La he despedido”.
Nuestro
personaje se quedó absorto, parado, y casi sin hablar, movía los labios, pero
no articulaba palabra. El encargado fijaba la vista en los papeles que llevaba
sobre una carpeta, y anotaba algunas palabras y números, ya no miraba a su
inquisidor. Al rato, algo recompuesto, preguntó cuál era el motivo. Este no
contestaba, seguía leyendo y apuntando, y se marchaba. Pero, agarrándole por el
brazo, impidió que se fuera. La situación parecía tensarse. Volvió a repetir la
pregunta, silabeando, enfatizando, y el jefe, que estaba empezando a hartarse,
y para desembarazarse del mismo, le contestó finalmente, de mala gana y con
desprecio: “me sale más barato este chico que ella”, marchándose y dejando a
nuestro personaje allí, bloqueado, ensimismado, con los ojos a punto de llorar,
con la rabia en su interior, y decidió marcharse, dando un fuerte golpe a la
puerta del establecimiento.
Pasaron unas
jornadas, y apareció por la tienda nuevamente, estaba intranquilo, y estuvo
enredando entre las distintas estanterías. El nuevo dependiente, que observó la
escena acaecida jornadas atrás no le quitaba la vista de encima, se le notaba
algo nervioso. El hombre estaba haciendo tiempo con el único fin de encontrarse
con el encargado, con el jefe, con el culpable de la zozobra que estaba
viviendo, con la angustia que estaba padeciendo. Cogía un artículo, lo soltaba,
hacía lo mismo con otro, andaba para arriba y para abajo entre los pasillos,
mirando hacia el mostrador. Al final, y viendo que éste no aparecía, cogió un
artículo y se dirigió a la caja, pagó, y cuando le fue a devolver la vuelta el
nuevo dependiente, un chico joven, delgado, algo apocado, le dijo que se
quedase con ella, preguntando por el jefe. El superior estaba cerca, y oyó como
preguntaban por él, por lo que se acercó al mostrador. Al ver al individuo, no
pudo dejar de reflejar el desagrado en su rostro, recordando aún los
acontecimientos vividos, por lo que se dirigió a él, de forma seca, directa,
preguntándole qué deseaba, sin quitar la mirada de su cara. Pero, sin mediar
palabra, nuestro protagonista, sacó de su cazadora un cuchillo, abalanzándose
sobre el superior, asestándole una puñalada en el pecho, cayendo éste
desplomado al suelo; la sangre se escapaba del cuerpo de la víctima a
borbotones, creando un charco de sangre que iba aumentando de tamaño cada
segundo. El chico, el empleado, quedó paralizado en un primer momento, y
después, tras recomponerse del shock inicial, salió en auxilio de su jefe, que
perdía la vida por momentos.
El autor de la
puñalada, se dio la vuelta, sin mirar a su víctima, con el acero en la mano, se
marchó y dijo en voz alta “PUTA REFORMA LABORAL”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario