Nuevo fin de semana de carreras por la comarca de La Vera,
y esta vez tocaba ir a las pruebas de Aldeanueva de la Vera, el viernes, y la
de Garganta La Olla, el sábado.
Con los compañeros, en Garganta la Olla |
El viernes tuvo lugar la XI CARRERA POPULAR DE ALDEANUEVA DE LA VERA, que era nocturna, teniendo fijada la primera de las carreras, para los más pequeños, a las diez de la noche. Y hasta allí nos dirigimos José Carlos y yo, esperando en el pueblo Rubén. El resto de la cuadrilla, habituales otras pruebas anteriores, tenían otros quehaceres, así que en nosotros descargaron la representación del club.
Pues lo dicho, fuimos para allá, y tras encontrar aparcamiento, a pesar de las quejas de una señora, nos dirigimos a la zona de salida y meta, ubicada en la Plaza de los Ocho caños, que recibe este nombre porque, sorpresa, tiene una fuente con ese número de caños.
Tras acreditarnos ante la mesa de dorsales, y tras ponernos ya el traje de faena, fuimos a realizar el típico reconocimiento que hacemos al circuito, para evitar llevarnos más sorpresas de las necesarias cuando empecemos a correr. Y lo que llama la atención, como en otras carreras anteriores, es la salida, que suele dar a una calle estrecha, obligando a hacer un giro de 90º, muy pronto, a escasos diez metros, lo que provoca las inevitables aglomeraciones, con los riesgos que hay de caídas y tropezones.
Después de este comienzo nos enfrentamos a una calle adoquinada, que empieza a subir, giro a la izquierda, giro a la derecha, y seguimos subiendo, hasta que volvemos a realizar un nuevo giro a la derecha, pasando , a través de un pasadizo, a una calle muy estrecha, y a una sucesión de giros, de curvas, todas de 90º, por tramos muy, muy estrechos, que van a impedir adelantar a los rivales, luego un giro de 180 grados, y salida a la plaza donde se llevan a cabo las sueltas de toros durante los festejos populares; tras esta sucesión de curvas y estrecheces, salimos a una calle un poco más larga, que es la que nos va a conducir a la cuesta, la que no falta en ninguna de las carreras de este circuito. Se hace larga, dura, pestosa, hasta que consigues llegar arriba, y aquí aparece el único oasis para un corredor como yo, ya que nos encontramos con una calle ancha, casi llana, que permite soltar las piernas, poner algo de ritmo a la carrera. Hay que llegar a una cruz, rodear la misma y volver por la misma calle. Son unos cuatrocientos metros que me gustan bastante. Este tramo tiene un pero, y es que la cruz, apenas iluminada, y con peralte, te obliga a ser cauteloso al rodearla. Pero todo lo bueno es breve, y, de pronto, volvemos a entrar a un trozo de revueltas, de giros, de curvas, y todo en subida.
Pues lo dicho, fuimos para allá, y tras encontrar aparcamiento, a pesar de las quejas de una señora, nos dirigimos a la zona de salida y meta, ubicada en la Plaza de los Ocho caños, que recibe este nombre porque, sorpresa, tiene una fuente con ese número de caños.
Tras acreditarnos ante la mesa de dorsales, y tras ponernos ya el traje de faena, fuimos a realizar el típico reconocimiento que hacemos al circuito, para evitar llevarnos más sorpresas de las necesarias cuando empecemos a correr. Y lo que llama la atención, como en otras carreras anteriores, es la salida, que suele dar a una calle estrecha, obligando a hacer un giro de 90º, muy pronto, a escasos diez metros, lo que provoca las inevitables aglomeraciones, con los riesgos que hay de caídas y tropezones.
Después de este comienzo nos enfrentamos a una calle adoquinada, que empieza a subir, giro a la izquierda, giro a la derecha, y seguimos subiendo, hasta que volvemos a realizar un nuevo giro a la derecha, pasando , a través de un pasadizo, a una calle muy estrecha, y a una sucesión de giros, de curvas, todas de 90º, por tramos muy, muy estrechos, que van a impedir adelantar a los rivales, luego un giro de 180 grados, y salida a la plaza donde se llevan a cabo las sueltas de toros durante los festejos populares; tras esta sucesión de curvas y estrecheces, salimos a una calle un poco más larga, que es la que nos va a conducir a la cuesta, la que no falta en ninguna de las carreras de este circuito. Se hace larga, dura, pestosa, hasta que consigues llegar arriba, y aquí aparece el único oasis para un corredor como yo, ya que nos encontramos con una calle ancha, casi llana, que permite soltar las piernas, poner algo de ritmo a la carrera. Hay que llegar a una cruz, rodear la misma y volver por la misma calle. Son unos cuatrocientos metros que me gustan bastante. Este tramo tiene un pero, y es que la cruz, apenas iluminada, y con peralte, te obliga a ser cauteloso al rodearla. Pero todo lo bueno es breve, y, de pronto, volvemos a entrar a un trozo de revueltas, de giros, de curvas, y todo en subida.