jueves, 27 de abril de 2017

IV CROSS URBANO SUBIDA AL CUBO

Con los compañeros, antes de empezar la carrera
El domingo día 23 de abril, cuando más de treinta mil corredores se habían concentrado en Madrid, cuatro de nosotros nos desplazamos hasta Coria, para participar bien en la novena edición de su Medio Maratón, bien en la cuarta edición de su Cross Urbano, una carrera de diez kilómetros. Iba a asistir con nosotros el compañero Neroy, pero al final no pudo venir, porque es árbitro de fútbol, y el viernes, en un partido en Jaraiz, un cafre del equipo visitante, vestido de deportista, le agredió, produciéndole daños cervicales, que le obligaron a guardar reposo. Desde aquí, darle todo mi apoyo y las fuerzas necesarias para que siga adelante con su pasión del arbitraje y su ilusión por el atletismo popular.
Cierto es que la participación en esta carrera fue bastante baja, y lo viene siendo desde que se ha decidido organizar el mismo día que el Maratón más importante de España, el de Madrid, al que acuden muchos corredores, bastantes que seguramente irían a Coria se fuese otra fecha. No estaría mal que los organizadores pensaran en buscar otra ubicación en el calendario.
Primeros metros de la carrera
Hasta allí nos desplazamos, pues, Ana Ruiz, Sandra Fernández y yo, desde Navalmoral, y nos esperaba en la ciudad del Alagón, el amigo Juan Carlos Alonso, que venía desde Cáceres. Sandra y yo nos íbamos a pelear con los diez kilómetros, mientras que Ana y Juan Carlos lo harían con la carrera original, el Medio Maratón. Era una mañana bastante fresca, al principio, pero que según iba avanzando, el termómetro iba subiendo su gradación, y a eso de las once, lo que menos apetecía era correr, pero ya estábamos allí, y había que hacerlo.
Las dos carreras tienen un denominador común, y que hace característica a esta carrera, la subida al Cubo, cuesta de unos cuatrocientos metros, que, desde el Puente Romano, rodea la Catedral de Coria, empedrada, que se hace dura por momentos, y que se torna más complicada aún porque está situada a falta de dos kilómetros escasos para la meta, es decir, cuando las fuerzas ya están agotándose.
Pero vamos con la narración de la prueba que yo realicé. La semana había sido algo irregular en los entrenamientos, influida por un cierto cansancio y la subida de temperaturas que había tenido lugar, lo que me condiciona bastante, porque el calor y yo no somos buenos compañeros de entrenamiento, y así los entrenamientos largos me costaba hacerlos. Sin embargo, los de series los saqué bastante bien.
El sábado por la mañana, salí a hacer diez kilómetros a ritmo tranquilo, y con esos ingredientes, me puse en la línea de salida, equipado, por primera vez con un reloj con GPS, a ver qué tal todo. Salida y todos a correr, con un descenso para salir a la Avenida Virgen de Argeme, primero hacia arriba, luego giro de 180º y a cogerla en sentido contrario, en descenso. Paso el primer kilómetro en 4:05, según el reloj. Voy bien, queda mucha carrera, y quedan momentos que se prevén me van a exigir más.
En plena carrera, por el kilómetro 2
Vamos bajando hasta llegar a la zona antigua, calles enlosadas, que permiten correr bien, alguna calle estrecha, paso por la Plaza de la Catedral, salida por la Calle Sol, y a buscar la calle La Corredera, que nos sacará de la zona antigua y nos lleva, de nuevo para la zona de la meta, parte del recorrido que se repetirá al final de la prueba. Las piernas van bien, el calor se empieza a notar.
Pasamos por la zona de meta, dejándola a la izquierda, y nos vamos, por la C/ Monseñor Riberi, hacia la carretera de circunvalación; tras llanear un poco, nos encontramos con una zona de pequeña subida, y desde ahí, hasta la zona de La Isla, nos vamos topar con tramos que miran hacia abajo, que te permiten ir con cierta alegría, y otros tramos que te hacen acortar el paso, porque la carretera mira hacia arriba, lo que te rompe el ritmo que pretendas llevar. Tras pasar por el kilómetro 4, ya situado en la EX108, que lo hago en solitario, tragándome el aire que sopla, no muy fuerte, pero si algo molesto, me alcanza Juan Carlos, y así nos vamos los dos juntos. Paso por el kilómetro 5, en 20:55. Cojo una botella de agua, dos tragos, y uno de los ciclistas que nos acompañan se queda con la misma. Luego me vendrá bien. Sigo avanzando, las piernas van bien, las pulsaciones no van altas, y Juan Carlos a mi lado, yo, aguantándole. Pronto vamos a dejar la carretera, y nos vamos a meter en la carretera de Casillas de Coria, o lo que es lo mismo, la vía que separa la zona del Puente sin río de Coria, y la zona monumental de la población cauriense, que mira en descenso. En este paso, dejamos a la derecha la subida al cubo, a la que pronto me tendré que enfrentar; en este momento, el ciclista me ofrece la botella de agua, que cojo con ganas. Dejamos atrás el kilómetro siete de la carrera. Bordeamos la fábrica de Cidacos, dejando a la derecha el campo de fútbol, y nos vamos al Paseo de la Isla. 
Con Juan Carlos, camino de La Isla
Aquí ya nos quedan unos metros juntos a Juan Carlos y a mí, y nos despedimos, Juan Carlos tiene que seguir haciendo más kilómetros. Yo llegaré a la altura del Puente Romano y le atravesaré. Y ahí llego, cojo agua, tras tener que pararme en un momento porque no fui capaz de agarrar la botella, y encaro el paso por la estructura romana, y tras una pequeña bajada me encuentro con la temida subida. En este punto me cruzo con los corredores que vienen por detrás, y choco las manos con Ana Ruiz, que pasa justo en ese momento, casi un kilómetro por detrás de mí. Solo hay una forma de subir la rampa, agachando la cabeza, no mirando hacia delante, para no agobiarse, y acortando el paso. En este momento, me encuentro solo en carrera, no veo a nadie por delante, no alcanzo a ver nadie por detrás. Sigo zapateando, subiendo, hasta que llego a la curva final, jaleado por los aplausos de las personas que se congregan en esa zona.
Giro a la izquierda, nuevo giro a la izquierda, y a entrar por la calle Sol, buscando la plaza de la catedral. Lo dicho, sigo solo, no veo a nadie, no siento a ningún corredor detrás. Sigo a mi ritmo. Ya no hay carteles de kilómetros, desde el siete se acabaron. Los últimos metros, sin referencia en la calzada, solo se guía uno por el conocimiento del recorrido, y sigo corriendo, a gusto, tranquilo. El paso por el kilómetro 9, donde está la cuesta, lo hago en 5:10. Subo, de nuevo, por la Avenida Virgen de Argeme, paso por las rotondas, una, dos, y en la tercera, giro a la derecha. La gente mirando la carrera, pero nadie aplaude, yo sigo a lo mío. 
Afronto, el final, un descanso de unos cincuenta metros, y entrada a la Avenida Alfonso VII, donde está situada la línea de meta, que mira hacia arriba, los arcos se ven al final de la calle, y veo entrar a uno de blanco, me saca cerca de doscientos metros. Sigo a mi paso, sigo acercándome, echándome a la derecha, para que la sombra me proteja del sol que ya está empezando a castigar (son casi las doce menos cuarto de la mañana). Paso por el primer arco, la animadora dice mi nombre, segundo arco y llegada a la meta. Paro el reloj en 42:37, muy buen tiempo, dada la orografía del recorrido, que tiene bastantes toboganes. Ahora queda esperar que lleguen los compañeros.
A los cinco minutos lo hace Sandra Fernández, que se proclama brillante campeona femenina del Cross, segunda carrera, primera victoria. Tras felicitarla, nos vamos para el pabellón, a cambiarme, y a la zona de masajes, donde me relajan las piernas. Ahora me quedan por hacer cuatro kilómetros, más tranquilos, como parte del entrenamiento planificado que tengo que hacer. Y lo que hago es aprovecharlo para ir a buscar a Ana. En esas ando, cuando me encuentro a Juan Carlos Alonso, que acaba de llegar en una hora y treinta y dos minutos. Dice que le ha costado mucho, y es que después de bajar de las tres horas en el maratón, lo que no está al alcance de muchos, se ha relajado, y quiere coger algo de ritmo para Gijón. Tras hablar con él, sigo en busca de Ana. Pasa una atleta femenina, luego una segunda, y la veo aparecer, la digo que va tercera, que detrás nadie la inquieta, que la segunda es inalcanzable, y que, solamente, hay que llegar. Va algo crispada, pero, parece, que a mi lado se recupera, y pasamos a un atleta, ya mayor, que la había pasado en la subida al Cubo. Se va entonando, y cuando enfilamos los últimos cien metros, la dejo que viva su particular momento de gloria, tercera media maratón, la peor marca de las tres, pero, seguramente, una de las de mejores recuerdos para ella, porque va a subir al podio por partida doble, como tercera de la general, y segunda de su categoría.
En resumen, excelente jornada la de las féminas del club, y nosotros viviendo ese momento. Yo, en mi carrera, undécimo puesto de la general, que no está nada mal, pero quinto de mi categoría, a menos de un minuto del tercer puesto. De los once primeros, nueve somos atletas veteranos, y es que el atletismo popular se nutre, en gran parte, de corredores que superan los treinta y cinco años. 
Ahora, ya solo queda pensar en Gijón, que es este Sábado, donde, si no ocurre nada raro, completaré mi setenta medio maratón, un número redondo, con el que ir cerrando la temporada, y afrontar la próxima, ya con la perspectiva de una consolidación y, si puede ser, de mejora de lo conseguido en esta temporada, que ha supuesto el reinicio de mi vuelta al atletismo popular.
Ah, por cierto, el GPS, dice que el recorrido del Cross Urbano, es de 9,900 kilómetros.
Para terminar, os dejo el enlace a la canción "MARIPOSA TRAICIONERA", del grupo mexicano MANÁ, que es uno de los que me acompaña en los entrenamientos.

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