La pasada semana, recorrimos Mérida, bajo una lluvia persistente, donde pudimos visitar todas las zonas turísticas de la ciudad romana, y allí fui a correr para afinar de cara a la prueba a la que yo había puesto mis miras, la Media Maratón Ciudad de León, de cara a mejorar mi marca, con la famosa supercompensación que se obtiene tras disputar una maratón, y máxime tras haber conseguido tan fantástico resultado en Sevilla.
La prueba de Mérida me dio una marca de 1:26, y al no haberla disputado con intensidad me daba esperanza de cara a esta prueba, ante mi reto de bajar de 1:25.
La capital leonesa nos recibió el domingo 20 de marzo con una temperatura ideal, y lo más importante, el aire que pudiera soplar no tenía fuerzas para mover la tela de las banderas, aun cuando las previsiones anteriores hablaban de unos 14 km/h. Una neblina impedía que el sol brillara con fuerza, dando un ambiente algo más fresco a la mañana.
El desayuno, con la misma liturgia de todos las mañanas que hay carrera, café descafeinado y dos croissants, noventa minutos antes de comenzar la carrera.
Hacia el Estadio Hispánico, lugar de la salida, nos dirigimos Juli, Mariví y yo en el coche, mientras el resto de los compañeros se iban para el lugar de salida de distinta forma, casi todos a pie.
En el pabellón donde el sábado recogimos los dorsales, nos juntamos los diez miembros del equipo que nos desplazamos para correr esta carrera, nos hicimos la foto oficial, y tras soltar las mochilas en el guardarropa, nos fuimos hacia la línea de salida, situada en el exterior del estadio, unas carreras ligeras, y cada uno a la salida, buscando su zona de salida, en función del color de su dorsal, que era acorde a la marca acreditada.