jueves, 31 de marzo de 2011

MEDIO MARATON LEON (20 DE MARZO DE 2011)


La pasada semana, recorrimos Mérida, bajo una lluvia persistente, donde pudimos visitar todas las zonas turísticas de la ciudad romana, y allí fui a correr para afinar de cara a la prueba a la que yo había puesto mis miras, la Media Maratón Ciudad de León, de cara a mejorar mi marca, con la famosa supercompensación que se obtiene tras disputar una maratón, y máxime tras haber conseguido tan fantástico resultado en Sevilla.
La prueba de Mérida me dio una marca de 1:26, y al no haberla disputado con intensidad me daba esperanza de cara a esta prueba, ante mi reto de bajar de 1:25.
La capital leonesa nos recibió el domingo 20 de marzo con una temperatura ideal, y lo más importante, el aire que pudiera soplar no tenía fuerzas para mover la tela de las banderas, aun cuando las previsiones anteriores hablaban de unos 14 km/h. Una neblina impedía que el sol brillara con fuerza, dando un ambiente algo más fresco a la mañana.
El desayuno, con la misma liturgia de todos las mañanas que hay carrera, café descafeinado y dos croissants, noventa minutos antes de comenzar la carrera.
Hacia el Estadio Hispánico, lugar de la salida, nos dirigimos Juli, Mariví y yo en el coche, mientras el resto de los compañeros se iban para el lugar de salida de distinta forma, casi todos a pie.
En el pabellón donde el sábado recogimos los dorsales, nos juntamos los diez miembros del equipo que nos desplazamos para correr esta carrera, nos hicimos la foto oficial, y tras soltar las mochilas en el guardarropa, nos fuimos hacia la línea de salida, situada en el exterior del estadio, unas carreras ligeras, y cada uno a la salida, buscando su zona de salida, en función del color de su dorsal, que era acorde a la marca acreditada.
Mi dorsal, el 123, personalizado con mi nombre, Faustino, color azul, marca entre 1:15 y 1:30. En la salida, intercambio de palabras con algunos rivales, pero compañeros, la rodilla derecha dice que está ahí, con una pequeña molestia. Tuvo ración de hielo el sábado.
Pistoletazo de salida y dos mil almas se lanzan al asfalto, a buscar sus distintos objetivos e ilusiones.
Los aplausos de los asistentes despiden a la caravana, que en unos sesenta y cinco minutos empezarán a llegar, en un goteo incesante, pero continuo, de atletas. Comenzamos y salimos hacia el norte de la localidad, dejando atrás la plaza de toros cubierta, y avanzamos por la calle Corredera, avanzamos por la Avda. Independencia, llegando a la Avda. Ordoño II, a la derecha, el Palacio de los Guzmanes, y la calle Ancha, adoquinado plano y pasamos los dos primeros kilómetros, el ritmo es bueno, 7:57; un poco más adelante me sobrepasa el atleta que porta el globo de la hora 24 minutos, me pongo en su grupo, aguanto el ritmo, parece que voy bien, Km. 3, 12:03, a 4:01, sigo a buen ritmo. Vamos llegando al kilómetro 4, el globo se va distanciando, me empiezo a sentir raro, pesado, parece que no voy, no encuentro mi ritmo, mis piernas parecen no querer ir y el agobio se graba en mi mente. Los kilómetros pasan y el ritmo se desvirtúa totalmente, la señal de 1:24 se pierde en el horizonte. Cada kilómetro es más lento que el anterior; los corredores me adelantan a borbotones, a este paso me adelanta hasta la ambulancia. Como veo que no voy pienso incluso en el abandono, buscando el lugar donde lo voy a hacer, al pasar por el Convento San Marcos. Llego a este punto, pero sigo corriendo, decido ya no mirar el reloj, más que en los puntos de siempre, km 5, km 10 y 15, para hacer mis cuentas. Sigue pasándome gente no encuentro mi ritmo, aunque intento engancharme a alguno, enseguida lo dejo.
Volvemos a la zona monumental, y por la calle Ruiz de Salazar, que separa la Casa de los Botines y el Palacio de los Guzmanes, buscando la catedral, oigo la llegada de mi hermano. Juan me pasa, me dice que me vaya con él, le digo que no, que seguramente abandone, y se marcha. En el km. 10, paso bajo la catedral, 41:45. Sin embargo, no le pierdo de vista. En el kilómetro 12 adelanto a un atleta, vaya ya los hay que van peor que yo, no parece que vaya tan mal, y me aferro a este ritmo, algo lento. Paso los 14 kilómetros, dos tercios de la carrera, en 59:05, puedo hacer 1:27 a este ritmo, así que sigo; sin embargo, no acelero el ritmo, porque ya tengo miedo de fallar y me quedo en un paso bastante asequible, intentando asimilarlo, miro el pulsómetro, las pulsaciones van altas, desde luego hoy no es el día.
Abandonamos el casco urbano, y nos adentramos en el Parque de la Granja, zona que tiene huertos para mayores, camino de asfalto, zona despoblada, sin público, y sigo adelantando gente, a mi hermano lo veo más cerca. Volvemos a entrar en la zona urbana, aunque se trata de una zona urbanizada, pero sin edificios, testigo del boom inmobiliario; buscamos el kilómetro 19, estoy cerca de mi hermano, le llamo y le digo que vamos a entrar juntos, él dice que sí, pero cuando le alcanzo, dice que no acelere que él va a seguir a ese ritmo. Poco a poco me marcho. Por el km. 20, marco 1:24:24, mal tiempo, busco la meta y acelero un poco, el último kilómetro lo marco en menos de 4 minutos, y cruzo la meta en un discreto tiempo de 1:28:43, mucho tiempo para lo que yo quería hacer, y el peor tiempo de la temporada.
Ahora es el momento de la reflexión, donde he fallado, quizás ya estoy cansado de una temporada llena de buenos momentos, quizás el pico de forma ha empezado a decrecer, y estoy en el lógico descenso. También dos medias en siete días, aunque la primera no fuera disputada con intensidad, puede ser mucha carga, y más teniendo en cuenta que quizás el día bajo el agua puede también repercutir. Ahora puedo llegar a pensar que si en Mérida, que me encontraba bien hubiese salido a buscar una marca la hubiera conseguido. Pero lo hecho hecho está, y ya no hay vuelta atrás.
Mi mujer Mariví, es capaz de terminar la media, después de estar 2 horas y dieciséis minutos corriendo. Toda una hazaña, máxime si se piensa en los escasos entrenos que lleva a cabo.

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