lunes, 12 de marzo de 2012

CUENTO (CASI) IMPOSIBLE II

El despertador que suena, repentinamente, una mañana de domingo, es apagado rápidamente, y salgo rápido de la cama, ya que no es día para molestar a la mujer. Cuando aparezco en el salón, donde tengo todos los archiperres, el sol ya estaba en lo alto. Me asomé a la ventana, y observé que el viento, ese fenómeno que yo siempre miro, y siempre temo, antes de calzarme mis zapatillas para entrenar no estaba presente. Así, que con mi liturgia cotidiana cuando voy a entrenar, me tomo mi zumo, un plátano, me visto mis mallas, y cojo las llaves del coche.

Hoy voy a entrenar a un camino que me han indicado que está fenomenal, entre árboles y con pocas subidas. Lo único que está a más de diez kilómetros, y es mejor que me desplace en vehículo.

Así que ahí, en la cama, dejo a mi mujer, y en sus respectivos dormitorios a mis hijos, encaminándome al garaje. La mañana está buena para entrenar, nada fresca y parece que se va a poder correr bien. Mis amigos no salían hoy, así que es el momento de aprovechar para conocer nuevos sitios para practicar mi afición.
Salgo del garaje, pongo la música en el coche, y abandono la población por la carretera local que lleva a Aldea de la Vid y hacia la autovía. Paso el cruce y me encamino a la carretera que nos une con la capital. Ya estoy en la doble vía, y a los dos kilómetros escasos, se indica la Salida C-451. Intermitente y por allí me salgo. Una ligera subida, coronas, y te encuentras con una ligera bajada y, cuando terminas, se presenta una rotonda de frente. Me meto en ella, circulo por el lugar que me llevará al camino; salgo, pero creo que no he cogido la salida correcta, bueno ya me meteré un poquito más adelante, y cuando pueda retrocederé y cogeré el itinerario correcto.

El sol va desapareciendo, una inmensa niebla se presenta de frente a mí, miro para atrás, no se ve resquicio de lo que voy dejando a mis espaldas. Apenas hay arcén, no veo el lugar para detenerme y si lo hago en medio de la vía, corro el riesgo de ser alcanzado por otro vehículo que venga por detrás.


Ah, menos mal, hay veo una entrada a una finca, me aorillaré, y luego daré la vuelta, para salir hacia la rotonda. Intermitente y entrada a la finca. No veo forma de dar la vuelta. Pero ahí, delante se ve la puerta de la parcela, que corta el camino. Cuando llego a la misma, está abierta, con lo que paso con el coche, y aquí si giro, ya despacio, para no rozar con el vehículo en los bajos, o meter la rueda en algún hoyo que no se aprecie en condiciones, y doy la vuelta. Esto ya está hecho. Avanzo por el camino, hasta llegar a la carretera. Arribé al asfalto y procedo a girar a la izquierda, saliendo a la carretera. Avanzo unos metros, VIA CORTADA POR OBRAS, una señal grande, amarilla, con las letras en rojo, me indica que esta vía está cortada, pero si hace escasos diez minutos no había nada, y no se adivinaba ni una máquina, ni un obrero. Me paro, miro, doy voces, busco la respuesta de alguien, nadie contesta. Avanzo un poco andando, y veo que lo que antes era una carretera, asfalto, ahora es solo una cantidad de tierra, y, lo peor, no hay rastro que hubiera asfalto.
Así que en esta situación, e intentando evitar comerme el tarro, monto en el coche y avanzo por la carretera. Poco a poco la niebla va dejando paso a la luz del día, a la claridad, el sol ya se ve. Como no hay ningún cruce, debo seguir hacia delante, hasta que llegue a algún sitio donde exista una bifurcación, otra posibilidad es cambiar de sentido. Para más inri, el GPS no funciona, está continuamente redireccionando, sin marcar ningún punto en la pantalla. Solución, lo apago.
Avanzo, voy por una carretera, sin tráfico, no me encuentro nadie delante, nadie viene de frente. No hay indicativos. Un momento, a lo lejos se ve una población. Ya estoy en algún sitio del mundo.

Me voy acercando, un par de curvas y llego, el pueblo se llama Villar de la Unión, no lo había oído en mi vida, y mira que está bastante cerca de donde yo vivo, apenas llevo veinticinco minutos en carretera. Ya voy entrando.

Lo primero que me llama la atención, es que se trata de un pueblo perfectamente ordenado, limpio, pero silencioso, muy silencioso, muy tranquilo, no se ve a nadie por las calles y caminos cercanos al pueblo. Los caminos están perfectamente conservados, con árboles colocados equidistantes unos a otros, y enfrente exactamente unos de otros, haciendo un túnel por el que transitar, y así evitar el latigazo del sol cuando está en lo más alto.

Voy para el interior del pueblo, y allí me encuentro, en el núcleo de la plaza de la villa, de la población. Una plaza de forma decagonal, en la que todos sus lados parecen simétricos, unos a otros, con una zona de acceso, por la que yo he accedido, y otra de salida, que será por la que yo salga. Me bajo del vehículo, busco a alguien con quien hablar, miro hacia un lado, y una persiana que me pareció ver subida, cuando vuelvo a mirar, está bajada. Lo que me sorprende es que no veo ningún bar, aunque sí alguna tienda, que, al ser domingo, lógicamente, están cerradas. Ahí también está el Ayuntamiento, con sus banderas, pero también cerrado. Lo más sorprendente, no veo ninguna persona. Me vuelvo a meter en el vehículo y sigo mi camino, abandono la plaza y voy recorriendo el pueblo. Calles rectas, con un adoquín perfectamente instalado, todo pulcritud, ninguna tara, ninguna mancha, ninguna persona. Progreso, sigo, salgo de una calle, giro a la derecha, sigo, al fondo se ven árboles, llego, es un parque, un inmenso parque, me bajo del vehículo, y me siento en uno de los bancos que hay frente a la puerta. Intento situarme. Bebo agua, y me vuelvo a montar en el vehículo.

Sigo por otra calle y parece que voy viendo la salida del pueblo, es una carretera, habrá que seguir y buscar otro punto por el que aparecer en mi casa, y, a su vez, desaparecer de este lugar, ya que he tenido bastante por hoy.

Al fin se ve algo distinto, una señal que indica el final del municipio y por allí que voy, avanzo, el pueblo se va quedando atrás, parece que veo el final. Pero, otra vez, aparece la niebla, que cosa más rara. La carretera se hace más dura, más pesada, más estrecha, bajo la velocidad y sigo el trayecto, los nervios se van apoderando de mí, no veo la salida.
La niebla va desapareciendo y me encuentro con una buena carretera, con unas naves perfectamente alineadas, con caminos pulcros, si por aquí ya he pasado otra vez. ¡Qué mierda! Vuelvo a llegar a la plaza, no hay nadie, no veo nada de actividad, ¿qué está pasando aquí? Salgo de la plaza, y, ahora, en vez de hacer el recorrido anterior, en el primer cruce que encuentro giro a la derecha y sigo, salgo a una zona más amplia. Detengo el vehículo, y le abandono por un momento. Ando por allí, intento guiarme, buscando algo que me indique alguna zona para salir de este laberinto en el que parece que estoy metido. Parece un pueblo fantasma, abandonado, pero digo yo, si estuviera vacío, estaría desmantelado, las calles tendrían suciedad, las pinturas estarían desconchadas, los árboles no estarían podados, las flores estarían muertas, pero no, todo parece limpio de esta misma mañana, parece que todo está hasta el último detalle, todo es perfecto, impoluto, aseado, ordenado.
Miro mi móvil, no hay cobertura, no marca día, no marca hora, parece que no vale para nada. Me apoyo en el capó del vehículo y no sé qué tengo que hacer, para dónde voy a tirar, y qué va a ser de mí. ¿Qué pensará mi mujer cuando pasen las horas y no me vea llegar? ¿La volveré a ver?, ¿volveré a sentir a mis hijos? Todo es una locura.

Y entre tanta locura y tanto nervio, la ansiedad del momento me da ganas de comer, y ¿dónde? y ¿qué voy a comer?, pues no lo sé, así que lo que hago es avanzar por el pueblo, buscando algún sitio donde pueda tirar para comer. Es un paseo, una excursión, por el silencio, por el orden, por el abandono, y allí, delante de mí, se presenta un cartel que me llama la atención, “PANADERIA-PASTELERÍA”. Decido acercarme, y parece abierto, así que como dice el pequeño cartel de la puerta, empujo y ésta, increíblemente, se abre. Así que paso. En su interior huele a pan y el calor del horno se deja notar en la estancia. Doy los buenos días, nadie contesta, llamo, pregunto, nadie responde. Paso el mostrador, me asomo a la parte trasera de la tienda, allí está el horno, apagado, pero aún desprende calor. Al lado descansan varias barras de pan que acaban de ser sacadas del horno; las toco, su calor las delata. Una cesta de madalenas está encima de una mesa. Cojo una pieza y me la como, total si no voy a salir de aquí que más da que pudiera estar contaminada o envenenada. Allí hay unas bolsas vacías, por lo que decido coger cuatro piezas más y las introduzco en su interior, abandono la trastienda, el horno y salgo a la parte de la tienda propiamente dicha. Miro por todos los lados, buscando alguna pista, alguna clave, pero nada. No hay ni rastro de personas por ningún lado.

Al final, decido salir de allí, con las madalenas en la mano, y sigo por la calle donde, por cierto, observo un error, no existe ninguna placa que identifique la vía, ni al principio ni al final, y, además, las puertas no tienen números para identificar cada casa. Más adelante, una librería, con venta de prensa. Presiono sobre la puerta, y se abre. Entro, lo mismo, no hay nadie, pero allí están los periódicos del día de hoy.

Ahora si me asusto de verdad y salgo de allí corriendo hacia el vehículo, miro para detrás, no veo a nadie, aunque siento la presencia de mucha gente, o eso ya son mis miedos. Llego al coche y me marcho a toda velocidad de aquel lugar, salgo a la carretera encontrándome una pequeña vereda a la derecha, que se adivina algo maltrecha, bacheada, pero, desesperado, accedo a la senda. De repente, se oye el campanario de la iglesia repiquetear con fuerza, alguna sirena se deja oír, miro hacia atrás. Las chimeneas empiezan a exhalar humo. ¿Qué está ocurriendo?, mi curiosidad se ha acabado, y decido irme de allí, prestando atención al camino para no tener ningún incidente serio, que me pudiera retener allí. El camino se presenta ya más transitable, como parece que no ha llovido en un tiempo por aquí, se puede ir con una cierta alegría por la senda. Aminoro la velocidad un poco y miro para atrás, intentando ver el pueblo, pero este ya no se ve.
De pronto, el camino se acaba, y llego a una lengua de asfalto, a una carretera, aquí ya sí hay algún vehículo, se ven poblaciones, edificaciones en la ladera de la montaña. Sigo por la carretera. Hasta que llego a un pueblo, más bien una ciudad, es grande, se trata de San Genaro de Ardid, me suena la población, miro el GPS, indico donde estoy y donde quiero ir, a mi casa. Tras unos segundos, el invento me dice lo que me falta: Estoy a ¡¡823 kilómetros de mi casa!! Miro el cuentakilómetros del vehículo, no ha avanzado en toda esta aventura, son las 10’20 horas, la misma hora, en que llegué a la rotonda. El teléfono vuelve a tener cobertura.
Me paro a la entrada del pueblo, junto a unas naves, y cojo el teléfono, voy a llamar a mi mujer. Pero, un momento, cómo voy a explicar esto, si anoche me acosté con ella, si esta mañana me he levantado, y lo tiene que haber notado, cómo hacerle ver que estoy a más de ochocientos kilómetros de mi casa, en el plazo de media hora escasa de salida de casa.
Tengo que coger el cortavientos, el aire y el agua me hacen notar frío.

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