martes, 24 de septiembre de 2013

BUSCANDO EL MAR

No habrá tercera parte, no habrá reposición.
Ni llamadas nocturnas a tu buzón de voz.
No más impertinencias, ni siquiera un perdón.
Abriste diligencias, espero ejecución.

La mano abandona la cintura, lugar en el que reposaba durante largo tiempo, y, al inicio de la canción, empieza a subir por el costado, buscando el pecho de su compañera. Un beso en el cuello, fue el siguiente paso; María sintió como se erizaba el vello; la subida, el deslizamiento de la mano, convertido en caricia, la gustaba; después, su pecho sintió el contacto de su pareja. En un principio, en ese momento, la chica hace un leve intento, un tímido movimiento de su mano, para hacerle desistir, pero después, instantáneamente, aparece la excitación, y surge la rendición. En este momento, ladeó un poco su cabeza buscando aproximarse más a él. Contactaron ambas caras. Se besaron efusivamente, las manos se iban a partes del cuerpo que eran ignotas para ambos. La excitación de ambos era máxima; sus deseos, sus anhelos, estaban desbordados. Sentía como su pareja estaba completamente desbocada, que iba a ser difícil parar esta situación, que hacerle desistir iba a ser prácticamente imposible. Sabía que había llegado el momento, llevaban ya un tiempo, había complicidad, había amor, existía el deseo por ambas partes; pero lo que estaba claro era que éste, sin duda, no era el lugar. Algo le dijo al oído. Asintió con la cabeza, miró a la joven y detuvo su ataque. Después del concierto, habría tiempo, y todas las puertas se abrirían.

No aguantaré el paraguas en pleno chaparrón.
La historia hace aguas y soy mal nadador.
Que mientan los poetas cuando hablen del amor.
Que callen los cobardes como me callo yo.

Sabía que el final estaba cerca, que todo lo que había vivido hasta entonces, lo que había compartido con él, estaba próximo a su terminación. No soportaba la situación. Pensaba que el futuro tenía más puertas que abrir, más lugares que explorar; desde luego estar a su lado era estar recluida, sentirse una esclava; se estaba convirtiendo en la protagonista de una historia sin sentido, que no iba a ningún lado, percibía que su libertad, su expansión, había quedado reducida a la mínima expresión. No buscaba el momento para estar a solas con él, más bien lo evitaba; una excusa, un argumento, todo era válido para impedir esa situación. La sonrisa, la felicidad que si un día llegó a estar en la primera línea de la relación, hoy no dejaba de ser un lejano, un casi inexistente, recuerdo.  El contacto físico había desaparecido hacía ya tiempo, esa llama que denominan amor se estaba apagando, no había leña suficiente para avivarlo; ni la pasión, ni un beso, ni un abrazo azuzaban el fuego para que este no se consumiese; se habían convertido estos gestos en elementos ya desconocidos, ya perdidos. Notó la mano encima de su hombro, miró de reojo hacia ese peso que le molestaba, y con un leve giro, se quitó la mano de encima; él la miró, ella tarareaba la canción. Se acercó a ella para darla un beso, se llevó la copa a la boca. Pensaba, buscaba el porqué, cómo habían llegado a esta situación; intentaba preguntar a su corazón, que era lo que le había alejado definitivamente de él, pero no encontraba respuestas, hasta la memoria parecía aburrida, no quería recordar aquellos buenos tiempos, si los hubo alguna vez. Solo su alma tenía una decisión: el abandono, la huida, el hasta siempre. El final del concierto, significaría el final de la historia.  

No más aterrizajes de emergencia en tu sofá,
Con tanta turbulencia quiero bajar.
Desencantos de sirena que no sabe afinar.
No seremos dos locos buscando el mar.

El grupo de amigos coreaba la canción, unos silbaban, otros gritaban, otros, simplemente, intentaban seguir la letra en silencio. La noche, el ambiente, era especial, las canciones vencían y convencían, la gente totalmente entregada. Los acercamientos cada vez eran mayores, las insinuaciones eran el pan nuestro de cada día, pero ninguno había dado, aún, el paso definitivo. Esta noche, sin embargo, algo más excitado, quizás por los efluvios del alcohol, quizás porque la adrenalina salía a borbotones, fue cuando se decidió a dar el salto, “me gustas mucho”. A pesar del vocerío, de los decibelios que retumbaban en todo el recinto, fue capaz de oír las tres palabras con la nitidez de quien está en la más absoluta soledad. Se dio la vuelta, en este momento no escuchaba la voz del cantante, la música parecía haber desaparecido, el ruido, el bullicio parecía una simple brisa en la lejanía; parecía estar sola, el vaso jugaba a irse de la mano, pero usando sus reflejos, pudo detenerlo. Respiró profundamente. Sabía que esto iba a ocurrir, es más, lo estaba esperando y, aún más, lo estaba deseando, pero ansiaba, pedía, rogaba, que fuera él quien se lanzara, ella era el objeto del deseo; desconocía cuánto tiempo faltaba, pero sabía que el final del plazo estaba cada vez más cerca. Y todas las respuestas aparecieron en el momento, aquí estaba, había llegado, estaba ante el instante, ante su oportunidad. “Tú también me gustas”, fue su corta respuesta. La mano del chico, aún casi paralizado por la respuesta, por el episodio que estaba viviendo, se deslizó, y, aunque torpemente,  agarró la de la chica; ésta, sin embargo, demostró más decisión en este momento, y acercó su boca a los labios del joven, fundiéndose en un largo beso. La canción volvió a sonar, la música inundaba el ambiente.

Te colmarán de versos de baja calidad.
Tendrás a mil idiotas rondando tu portal.
Dijeron las noticias que viene temporal.
Será un verano extraño, pues sólo lloverá.

No dejaba de mirar una y otra vez la entrada que tenía en la mano, sin romper, sin rasgar, sin señalar. La suya, sin embargo, estaba ya cortada. Él había ido al concierto, ella, sin embargo, no. Y es que horas antes, la noche anterior, le dijo que se acabó, que la historia se había consumido, que la llama, que durante tiempo estuvo renqueante, luchando contra los embates del viento de las dudas, de los resquemores, de la desazón, al fin cedió, dejó de existir, se apagó; todas las circunstancias, que se fueron acumulando, determinaron el ahogo de la llama, el calor dejó de estar presente, el frío ganó protagonismo. En esa soledad forzada, con los sentimientos aún latentes, decidió seguir acudiendo al concierto, con la esperanza, recóndita, de encontrarse con ella. Tuvo el teléfono en la mano y más de una vez estuvo tentado de llamarla. Pero no lo hizo, no se atrevió, no le encontraba el sentido. Se convencía, por momentos, que no había vuelta; pasó cerca de su casa, pero no por delante de su puerta, no fuese a encontrarla, no tuviera que huir. Esperó en la entrada del recinto a ver si la veía llegar, cientos de caras desfilaron ante sus ojos, pero tampoco vino, ninguna era la de ella. Llegó el momento en el que tenía que decidir, si entraba o no. La gente accedía, a borbotones, al interior. Las hileras eran largas, la muchedumbre seguía entrando. En un momento, ya apenas entra nadie y, en un instante, casi en un soplo, las luces del campo de fútbol se iban apagando, una detrás de otra, lo que provocó que los gritos se dejaran oír. Los primeros acordes musicales sonaban. No había más tiempo. Decidió entrar. Ya estaba en el interior, pero estaba solo; no era lo que él había imaginado hace pocas horas, pero la realidad. Esta vez no guardó la entrada en el bolsillo, esta vez la rompió.

No más aterrizajes de emergencia en tu sofá,
Con tanta turbulencia quiero bajar.
Desencantos de sirena que no sabe afinar.
No seremos dos locos buscando el mar.

La historia se acabó, eso lo tenían claro los dos. Habían vivido buenos, grandes, inolvidables momentos. Él, en su día, decidió romper con la relación. Su situación, los momentos por los que estaba pasando, las circunstancias que le atenazaban, le llevó a tomar esa decisión, que se tornó, sin duda, dura, difícil. Ella se vio en la necesidad de asumir como real, como cierto, ese momento, inesperado para ella. Aún así se revolvió, queriendo negarse, pidiendo explicaciones, las justas quizás, pero no encontró respuestas concretas, justificaciones válidas, solo vio a un hombre ahogándose en un mar de dudas, y apreció que, quizás, en esos momentos, su única tabla de salvación podría ser romper con todo. Esa era la situación actual. Aunque el corazón es sabio en mantener las distancias y evitar los encuentros, el hecho de residir en la misma ciudad, no evitaba que en ciertas ocasiones coincidieran, se encontraran, pero siempre uno u otra, encontraba, la ocasión, la excusa, la oportunidad, para eludir ni siquiera un saludo, un cruce de miradas. Mantenían, a pesar del tiempo, algunos amigos en común, que conociendo de su pasado, evitaban hacerlos coincidir. Pero esta noche, nadie lo pudo evitar, ambos fueron al concierto, sus compañeros iban a ser los mismos. Primero llegó él, pasado un tiempo, casi cuando se iban a marchar, cuando los teléfonos empezaban a moverse para saber de su retraso, apareció ella, con esa serena belleza que siempre tuvo, y que el tránsito de los años había realzado, si cabe aún más. En este momento, el asentamiento de sus sentimientos, la serenidad de su situación, habían desatado la batalla en su corazón; éste le decía que aquella chica era lo mejor que había formado parte de su vida, y que debía intentar reconquistar las posiciones a las que renunció anteriormente. Ya dentro del recinto, todos juntos, ellos separados por los amigos, eran el escudo, el foso, que impedía que ambos coincidieran. Pero entiende que es el momento de iniciar el acercamiento, y acercándose a ella entabla conversación. Tentada de marcharse, decidió, sin embargo, quedarse, y oír, escuchar. Surge el hombre que hace frente a la situación y se sincera, pide perdón, lo que no había hecho hasta ese momento, da las explicaciones que entonces no supo o no quiso dar. Se confiesa, y, tras toda esta batería, con la tranquilidad transitando por su ánimo, lanza la petición de volver a reiniciar aquella relación en la que las llamas de la pasión, estaba convencido, seguían existiendo. Sabía, esa era su idea, que nunca se extinguió el fuego de aquella historia. Pero no, ella dice que no, no puede ser, ella contesta que una vez tropezó en una piedra, y aún, a día de hoy, las heridas sufridas no se han restañado. Para ella segundas partes no eran buenas. Al menos no por ahora.

No más aterrizajes de emergencia en tu sofá,
Con tanta turbulencia quiero bajar.
Desencantos de sirena que no sabe afinar.
No seremos dos locos buscando el mar.

Cientos, miles de personas, congregados, reunidos, para asistir al espectáculo, al concierto. Muchas caras, demasiadas, son desconocidas. Apenas conoce a una decena, a dos no más. Gira la mirada hacia el cantante, hacia el guitarrista, hacia el escenario. De vez en cuando mira a su derecha, a su izquierda. Le gusta mirar a toda la fauna humana que allí se había congregado. Gente entregada al grupo, a la canción, gente aplaudiendo acompasadamente, gente con el puño en alto. Fogonazo de luz en el escenario, fondo blanco sobre todo el público, parece haberse hecho de día. Como el flash que ciega los ojos, la visión de aquella cara obnubila todo lo que hay alrededor. Parece que conoce a aquella chica, su cara le trae recuerdos de algo. Al instante, empieza a hacer cábalas; pero no, no puede ser, ella vive bastante lejos. Segundo fogonazo, segundo haz de luz blanco, y en este momento decide concentrar, aún más, su mirada. La canción sigue avanzando, el libro de la memoria empieza a abrir las páginas adecuadas, las que le llevan a esa cara, a esa mujer. Definitivamente, sí, puede ser ella. Con las dudas apareciendo a golpes, decide ir en su busca, y empieza a moverse, buscando acercarse, para estar a su lado. Cuanto más se acerca, cuanto más mira, más seguro está. No hay dudas, es ella. Su corazón late a velocidad inusitada. “¿Ángela?”; ya ha llegado, la chica mira, “¿Sí?”; un largo silencio, “¿Qué?”, “¿Te acuerdas de mí?”. La duda se refleja en la cara de la chica, mira fijamente al joven, pero la tenue luz existente hace más difícil la identificación; en este momento, la claridad lumínica se vuelve a hacer; y ahora sí, ahora ya sabe quién es, es Arturo, aquel chico con quien compartió, hace ya algunos años, en plena adolescencia, una historia, una relación. Dos besos, intercambios de palabras, de gestos; torrente de recuerdos que acude raudo al encuentro. Las miradas hablan lo que las palabras no dicen, expresan el poso que aún queda en el corazón de cada uno. Se acercan los cuerpos, ella sigue exhalando el mismo perfume que entonces; nunca se olvidó de ese detalle e, incluso, cuando alguna vez tuvo que hacer un regalo, se iba a este aroma, a esta esencia. Angela mira hacia el escenario, y Arturo, decida poner su brazo por encima del hombro; ella pasa su mano por la cintura de él. La canción sigue, ¿y la historia?

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