sábado, 7 de mayo de 2011

VIDA

Sus manos arrugadas, su expresión cansada, sus ojos apagados. Parece el rostro de una mujer de más de sesenta años. Pero no, ha pasado ligeramente la cincuentena. Su vida, corta, es demasiado dura para que el tiempo no haya taladrado con ahínco su alma.

Al poco de nacer, una noche de desaforado llanto, parecía indicar su fin. Su madre, presa de los nervios, o tal vez del odio, o de su propia inutilidad para hacerla calmar, o aclarar las causas de su sollozo, se acercó a una charca próxima a la casa, con la intención de tirarla al agua, y allí dejarla. Pero nunca se sabrá si la protección de un ser superior, que me niego a creer que fuese Dios, o el propio instinto de supervivencia, hizo que se callase, y quedase dormida por muchas horas. Las aguas volvieron a su cauce.

Nunca supo que el amor maternal existía; otras niñas, otros hijos, eran más importantes que ella. Todos los demás aprendían algo para la vida. Las niñas, a bordar y cocinar, los niños iban a la escuela a aprender las letras y las cuatro reglas. Pero ella no, ella solo existía para limpiar y hacer lo que la mandase. No había derecho a quejas. Tan sólo la obligación de trabajar.De la infancia a la adolescencia se pasó rápido, y sin nadie que la ayudara. Veía como sus dos hermanas eran mejor tratadas, mejor vestidas, y podían salir los domingos. Ella tenía vedada estos privilegios, y tan sólo vestía con las ropas que las otras ya no querían ponerse.

Al amanecer, antes que el sol pudiese alumbrar sus pasos, ya estaba en marcha al pueblo, a por las viandas para la familia. Daba igual que lloviese o no, que helase o la calor matase el aire. Había que hacerlo y no valían discusiones.

A la hora de dormir, dos niños dormían juntos, dos niñas dormían juntas, y nuestra protagonista dormía con su hermano, con un niño de edad similar, en plena efervescencia de la pubertad, desamparada, ante la posibilidad de cualquier acoso, que siempre sería negado, y lo que es peor, sería silenciado. Pero eso no importaba, a ella no era la que tenían que proteger, había otras dos niñas.

Luego de abandonar el campo, en medio de la nada, el padre consiguió un traslado a un pueblo ya grande, donde habría más posibilidades para sus hijos.

Los hijos, pronto comenzaron a trabajar, las hijas hacían lo propio en los talleres textiles existentes en el pueblo. Pero nuestra protagonista no; nuestra persona, nuestra mujer, se fue a servir. En casa de unos “señores”, que pagaban directamente a los padres, sin que ella viera el dinero. Algunas migajas caían en sus manos, cuando su madre lo consideraba oportuno.

Empieza a salir con un grupo de amigas que conoció. Va saliendo de su particular encierro. Conoce a un chico bastante mayor que ella. No gusta a la familia. La niña parece feliz, y eso no es bueno. Así que con el pretexto de que va a trabajar en una fábrica donde, además, la van a dar una educación, la envían al Norte, a casa de una tía. Pero no, es para servir, como no podía ser de otra forma. Asunto concluido.

La vida sigue transcurriendo lenta, pero inexorable. El tiempo de servir en el Norte, ya claudica, y vuelve al pueblo, con los padres, y retorna a su sino, servir para unos señores, un emérito profesor, una eminencia, una gran persona. Alguien que no es capaz de quitar su propia mierda y prefiere subyugar a un semejante. Triste educación puede dar alguien que se cree superior a otros, por el simple hecho de ser su criada.

En este momento de la vida aparece el hombre, el escape de esa vida oscura y difícil. Con toda la inocencia que lleva tras de sí, con toda la ignorancia que arrastra, con sus ansias de libertad, no sabe decir que no, y queda embarazada muy pronto, muy joven.

Nuevos problemas a la vista. Si la niña está embarazada no puede servir a los señores, si no puede servir no cae dinero en la casa de los padres, los niños no pueden conseguir sus caprichos, y las niñas no pueden usar mejores vestidos, y aumentar su ajuar.

Así que solución al canto, el aborto, oscuro, y casi clandestino, nadie debe saber qué ha pasado, nunca debe haber existido el hecho.

Pero ahora el bebé que crece en el vientre de la protagonista no es cosa de una sola persona, ya hay alguien más que puede decidir, y decide: El embarazo debe seguir adelante.

En este asunto nuestra protagonista es utilizada como la pelota que pasa de un campo a otro, ya que por no poder, no puede abrir la boca, no sabe hablar; todas las iras, todas las rabias, las paga ella.

Dos familias deciden el futuro de un niño, el destino de una mujer, la mujer no puede decir nada, no existe, existe un problema.

Como el embarazo sigue adelante, los trámites, las tradiciones hay que llevarlas a cabo. Se produce la boda, de noche, y con traje oscuro, para escarnio de la protagonista, por el terrible pecado cometido y para que la familia no sea satanizada por la sociedad.

La vida de casada se convierte en un calco de la de soltera, pero con una diferencia, antes se servía a una familia, ahora a un hombre, al que hay que satisfacer cuando lo pida, sin poner obstáculo, todo a su entera satisfacción. El hombre manda. Su primer hijo nace.

Como la vida en el pueblo es dura y difícil, hay que marcharse a la gran ciudad, a buscar un mejor porvenir. Trabajo se encuentra pronto para el marido. La casa donde se alojan, por llamarla de alguna forma, es una especie de cárcel para nuestra protagonista. El marido se va pronto a trabajar. Ella no conoce a nadie, y no sale de casa, tan solo a la tienda y vuelta para casa. El esposo llega tarde, con la noche presente, a casa, cena y se va a los bares, después no llega en las mejores condiciones.

En menos de un año se ha juntado con dos hijos, y cuando deciden darse la vuelta para el pueblo, por motivos de salud del hombre, hay otra criatura en el vientre, esperando a nacer, y se ha dejado en el camino otra posibilidad, con un aborto.

La vida en el pueblo es, desde luego, muy dura; las dos familias enfrentadas, el hombre desafiante en todo momento con la suegra. Nadie quiere saber nada de la mujer, tan sólo importan los orgullos personales.

El matrimonio, ya con tres hijos, se mete en una casa de alquiler, dejada por los padres de la mujer, ya que el progenitor encontró un trabajo con casa para el resto de la familia, que aún queda con él. La casa es amueblada con todo aquello que no quieren los familiares. Los hijos visten con ropas igualmente dadas, y si alguna vez se les compra algo nuevo, es por parte de los abuelos; ¡qué solidaridad!.

El marido sigue saliendo de ronda, y llega muchos días en condiciones lamentables. El hombre debe tener para las juergas, y para lo demás que se preocupen otros. El marido es el macho. La hembra debe cuidar de la prole y aguantar que en las tiendas no la fíen y la pongan la cara colorada por lo que debe. Hasta el casero también la acosa por el impago. Eso sí, el jamón, la buena comida y la ropa nueva para el hombre no deben faltar, para eso trabaja. Si no hay con qué vestir a los niños, ir a casa de la abuela, que ya se encargará de ellos. Así se convierte en visitante de las instituciones caritativas, donde, tragándose su orgullo personal, pero velando por sus hijos, consigue vales para comida, que luego canjea en algunas tiendas, así como ropa para los niños.

Pero ante todo esto, la única culpable de la situación económica de la casa es ella, por derrochar en cosas inútiles, por comprar caprichos.

En todo este tiempo la familia aumenta a seis hijos, todos niños, más los dos adultos, con muy poco intervalo de edad entre ellos. Una carga muy dura para un solo sueldo, con todos los hijos en edad escolar. Pero donde la falta de responsabilidad del hombre, y la obligada ignorancia de la mujer, se convierte en imposible el equilibrio económico que permita la evolución de la familia. Se sobrevive con las ayudas de la familia, que con el tiempo se nota que se han tornado interesadas.

Nuestra protagonista ve como sus hijos crecen, como avanzan en el colegio muy decentemente, tienen buenas aptitudes, pero sufre al saber que no podrá darles más estudios. Son demasiadas bocas, como para que uno que esté en edad de trabajar se permita no hacerlo. Así, los mayores empiezan a compaginar estudios con pequeños trabajos, para ingresar minúsculas cantidades que equilibren un poco la difícil situación.

En verano el padre no trabaja, y pasa a engrosar las listas del paro, pero sus salidas no faltan, y con ellas las fugas de dinero. Sin embargo, eso no es el problema, es ella, es muy mala administradora, y en una de las broncas por este motivo, la mujer sufre en sus carnes la ira del esposo.

Acobardada, hundida, esta mujer ya no sabe si salir para adelante, si quedarse donde está o acabar con todo. Está sola, desahuciada. Su vida es un camino muy monótono: tristeza, tristeza, tristeza.

Los años pasan, los hijos evolucionan laboralmente, consiguen buenos trabajos, el padre deja de salir; ya no bebe, ahora se queda en casa. Y así acaba con la poca libertad de la mujer: ya no la deja disponer libremente del dinero. La esposa sufre una importante enfermedad, pero eso no es importante, los achaques del padre son peores que la peor de las terribles enfermedades que pueda padecer.

Sierva desde el nacimiento, seguirá siendo sierva por toda la vida, sin derecho a la felicidad, a la dignidad, sin derecho a decidir por sí misma. Siempre alguien lo hace por ella.

Nunca una lágrima ha caído delante de nadie. Parió a sus hijos sin un solo grito de dolor, y se apañó con lo que la Naturaleza le ofreció: seis varones; ninguna hembra, con la que poder compartir sus miedos, sus dudas, sus anhelos.

Aunque al día de hoy, sus hijos le hagan ver que la vida no es así, ya nadie la puede hacer cambiar de idea. Aún hoy pregunta a sus hijos si dejan pintarse a sus novias o mujeres, si las dejan ir a cenas, fiestas o viajes solas; aún hoy cuando alguno de sus hijos, en su casa, se levanta a por algo a la cocina, le pregunta: ¿Y yo, para qué estoy?.

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