Uno se cansa de escuchar, un día sí y
otro también, de boca de los políticos, y de sus secuaces, que el Funcionario
es un privilegiado. Y no es así, yo puedo decir, sin miedo, que eso es una
falacia, una mentira.
Privilegio es decidir por uno mismo
cuánto se tiene que cobrar por ocupar un determinado cargo político, por
asistir a una Comisión o Pleno, de forma individualizada, en cada Ayuntamiento,
en cada Diputación o Comunidad Autónoma, no existiendo una regulación legal al
respecto, que dictamine cuánto debe cobrarse, por lo que queda al arbitrio de
cada dirigente fijar su importe, por lo que entran en valoración subjetividades,
como puede ser el nivel de vida de una población.
No es un privilegio, por el contrario,
que un Funcionario de la Administración General del Estado, cobre lo mismo,
desarrolle su actividad en la capital del país o en la cabecera de una comarca
de una provincia periférica, no teniéndose en cuenta el nivel de vida o
económico que haya en cada sitio, existiendo diferencias reales.
Privilegio es tener un vehículo, con
chofer incluido, todo el día, las veinticuatro horas a tu disposición, para
usarlo cómo y cuándo se quiera, así como una tarjeta para gastar sin tener que
dar muchas explicaciones.
No es un privilegio ser Funcionario.
Es un trabajo, es una actividad laboral, tan honrada como aquella que se pueda
desarrollar en cualquier otro ámbito de la empresa privada.