Uno se cansa de escuchar, un día sí y
otro también, de boca de los políticos, y de sus secuaces, que el Funcionario
es un privilegiado. Y no es así, yo puedo decir, sin miedo, que eso es una
falacia, una mentira.
Privilegio es decidir por uno mismo
cuánto se tiene que cobrar por ocupar un determinado cargo político, por
asistir a una Comisión o Pleno, de forma individualizada, en cada Ayuntamiento,
en cada Diputación o Comunidad Autónoma, no existiendo una regulación legal al
respecto, que dictamine cuánto debe cobrarse, por lo que queda al arbitrio de
cada dirigente fijar su importe, por lo que entran en valoración subjetividades,
como puede ser el nivel de vida de una población.
No es un privilegio, por el contrario,
que un Funcionario de la Administración General del Estado, cobre lo mismo,
desarrolle su actividad en la capital del país o en la cabecera de una comarca
de una provincia periférica, no teniéndose en cuenta el nivel de vida o
económico que haya en cada sitio, existiendo diferencias reales.
Privilegio es tener un vehículo, con
chofer incluido, todo el día, las veinticuatro horas a tu disposición, para
usarlo cómo y cuándo se quiera, así como una tarjeta para gastar sin tener que
dar muchas explicaciones.
No es un privilegio ser Funcionario.
Es un trabajo, es una actividad laboral, tan honrada como aquella que se pueda
desarrollar en cualquier otro ámbito de la empresa privada.
El hecho de que un Funcionario tenga
un puesto de trabajo asegurado por toda su vida laboral, no se debe entender
como tal privilegio, sino más bien como una forma de salvaguardar el sistema,
el funcionamiento de las instituciones, porque si los puestos de los
Funcionarios estuvieran vinculados a la entrada o salida de determinado
político, entonces el propio Estado, el sistema, perdería su pretendida
objetividad e imparcialidad, fin último y único que debe tener el sistema
público.
Porque un privilegio es decidir, unas
veces, sin consenso, sin pedir ayuda, qué destino se le va a dar a una cantidad
de dinero, otras veces, de forma arbitraria.
Privilegio es creer que la confianza
depositada por los ciudadanos a través de las urnas, da patente de corso para
hacer todo lo que se quiera, sin tener que dar motivos y explicaciones.
Privilegio es tener reservado el
puesto de trabajo, contra viento y marea, para cualquier persona que se haya
dedicado a la política, una vez termina su mandato o designación y, en este
caso, si es funcionario, tendría derecho al reconocimiento de la antigüedad.
Porque el Funcionario no tiene el
derecho a la reserva de su puesto de trabajo, si desea pedir una excedencia para
ejercer una actividad privada, o por otro motivo, ya sea personal o laboral.
No es un privilegio el que los
Funcionarios tuvieran seis días de libre disposición (asuntos propios), como
así se ha querido vender, sino un pago a la pérdida de poder adquisitivo
sufrida por los empleados públicos con anteriores gobiernos, que venía a
suponer un 15% de la masa salarial de cada trabajador. Así que privilegio no, compensación
y derecho sí.
Privilegio es decidir que
“privilegios” se birlan a los empleados, ya sean públicos o privados, sin
ningún tipo de negociación o consenso, apoyados en la aplastante y sorda
mayoría absoluta de unos señores que se reúnen en un hemiciclo, las más de las
veces, para levantar las manos. Y si eso cuesta mucho tiempo, se decide desde
el despacho presidencial, mediante Decreto.
Privilegio es que si una decisión es
errónea, gravosa para la comunidad, o si por bemoles nos enfrascamos en pleitos
sin sentido, no existen consecuencias para quien tomó la decisión, y las
consecuencias económicas las soporta el pueblo, que, a la postre, fue el que
padeció la sinrazón.
No es privilegio ser Funcionario, es
una opción más dentro del mundo laboral, abierto a todos los ciudadanos del país,
que libremente pueden optar, disponiendo de la titulación mínima requerida, y
que tras superar una serie de pruebas, para demostrar su cualificación, podrán
acceder a la Función Pública. Y todo ascenso o evolución en la Administración
ha de ser igual, mediante pruebas y titulaciones.
Privilegio es nombrar personas a dedo,
para que te “asesoren”, menoscabando el valor de los profesionales existentes
en el sistema público y ocasionando gastos innecesarios para las arcas
públicas.
Privilegio es, en fin, ser político,
porque sin ningún nivel de exigencia, ni académico, solamente gracias a la
meritocracia dentro de un partido, alguien sin ninguna cualificación puede
alcanzar niveles de autoridad y gobierno que de otra forma sería imposible,
osando ponerse al frente de materias para las que, quizás, no se esté
medianamente preparado.
Por eso, ya está bien de tanto hablar
de privilegios de los demás, sin fijarse en quién realmente los tiene y
disfruta, los alimenta y engorda, y se los blinda para él y para los que vienen
detrás de él, y cuánto nos cuestan los mismos.
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