Jueves, cinco de la tarde, la lluvia ha cesado, tras una larga jornada de agua, que comenzó en la noche de ayer. Así, con el día totalmente nublado, pero sin llover, con una buena temperatura y sin aire, ese que nos ha castigado durante las dos últimas semanas, es el momento ideal para salir a correr. Iré por el camino de San Marcos, enfrente de mi casa, para después salir al Cordel, que, como está arreglado por las obras del AVE, estará divino. De todas formas, me pondré calcetines cortos, y dejaré los compresores, porque me voy a salpicar y luego para lavarlos es peor. Y también me llevaré la gorra, por si llueve.
Así que tras abandonar el asfalto, unos 200 metros, entro en el camino de San Marcos, y, bueno, hay algún charco, pero se pasa bien. Dejado el primer cruce de caminos, me encuentro con el tramo de tierra naranja, el cual es algo más inestable y me está poniendo las pantorrillas llenas de barro. Tengo que ir con un poco de cuidado, pero sigo. Paso la vía y aquí el terreno está mejor. Pero cuando cruzo el arroyo, el terreno se vuelve resbaladizo. Llego al paso canadiense, miro el reloj, 10:40, más lento que otros días, y es el que el camino está más pesado. Voy hacia la pista que me lleva al Cordel y, al principio, bien, pero cuando ya paso un nuevo camino, el pisar el terreno se convierte en una aventura, el pie se va hacia un lado, te resbalas, te puedes caer. Así que decido empezar a andar, miro mis zapatillas y solo veo barro, aunque debajo se adivinan unas buenas alpargatas. Vuelvo a iniciar la carrera, y me juego el tipo nuevamente, y es en este momento cuando decido que voy a tener que irme por la Aguada para el camino del desguace y llegar a casa, porque con estas trazas, me puedo romper; al fin y al cabo, me queda poco para salir al Cordel, en el que se podrá correr agusto.